Cuando acudimos a terapia con nuestra pareja, un familiar o alguien cercano, a menudo sentimos que el proceso se complica: no solo depende de nosotros, sino también del otro. Es común caer en la trampa de pensar: “Si yo cambio, él/ella también tiene que cambiar”. Pero la realidad es que no podemos controlar ni obligar al otro a transformarse.
En estas sesiones nos encontramos no solo con nuestro propio ego, sino con el ego del otro. Y si ya es difícil gestionar el nuestro, imagina tratar de “arreglar” el del otro… imposible. La clave está en trabajar sobre uno mismo, en comprender nuestras propias emociones, patrones y bloqueos. El cambio real ocurre desde adentro.
No se trata de cambiar a tu marido, tu mujer, tu hijo o tu padre. Se trata de cambiar lo que está en tu campo, de soltar expectativas y aprender a relacionarte desde un lugar más consciente y amoroso. La otra persona debe estar abierta al proceso, pero no es nuestra responsabilidad “forzar” su cambio.
En muchas ocasiones, la persona que solicita la terapia busca que el terapeuta le dé la razón sobre quién tiene la culpa o quién está “mal”. Aquí, con un poco de humor y claridad, te digo: el que necesita cambio eres tú. La terapia no es un campo de batalla ni un juego de victorias: es un espacio seguro donde cada uno puede mirar su propia sombra y crecer desde ella.
Cuando ambos están dispuestos, las sesiones permiten abrir canales de comunicación auténticos, entender los patrones de la relación y sanar vínculos desde la raíz. El cambio se refleja tanto en la relación como en la paz interna de cada persona.
Cuando dos personas vienen a terapia, cada una puede percibir la relación de manera diferente: uno puede ver un problema que el otro no siente como tal, y viceversa. Por eso, el primer paso es trabajar con cada persona por separado.
Cada uno realiza su Registro Akáshico individual adaptado a la profundidad que requiere una relación compartida. Esto permite que la canalización sea pura y sin influencias, revelando de dónde provienen los conflictos de cada uno: traumas personales, heridas de la infancia, patrones transgeneracionales, bloqueos emocionales o memorias de otras relaciones.
Después de la apertura de Registros, cada persona tiene su primera sesión individual online, donde trabajamos lo que ha surgido. En esa primera semana, también se inicia el diario terapéutico, una guía de trabajo personal que acompaña todo el proceso.
A partir de la segunda semana, comienzan las sesiones en conjunto, una por semana, hasta completar un total de cinco sesiones conjuntas (seis semanas en total de trabajo más profundo). En ellas se abordan los temas comunes, la comunicación, los vínculos, los patrones compartidos y la integración emocional.
Cada persona sigue trabajando paralelamente con su propio diario, integrando lo que se va moviendo en las sesiones.
Recordamos que el proceso completo dura 40 días, ya que la neurociencia demuestra que ese es el tiempo estimado que necesita el inconsciente para generar nuevos circuitos neuronales y consolidar cambios profundos.
La Terapia de Parejas es, por tanto, un viaje compartido pero profundamente individual a la vez. No se trata de cambiar al otro, sino de abrir el corazón para mirar con honestidad lo que cada un@ aporta, sana y transforma en sí mism@.
Cualquier relación con un vínculo cercano —pareja, familia, amistades o personas que dejaron una huella profunda—, ninguna relación es casual; todas llegan para mostrarnos algo. Incluso las más dolorosas esconden una lección y un propósito.
Mariola Arteseros